La escuela de “mis hijos” o la escuela de la comunidad? De la demanda constante a la reflexión compartida

Noviembre es un mes de balances en el ámbito escolar. Se evalúan los desempeños y los procesos realizados por los chicos a lo largo del año, se medita sobre la gestión de las instituciones educativas, sus logros y sus dificultades. Los cuerpos docentes autoevalúan su propio desempeño. Los padres también hacen su balance: cuántas de las expectativas cifradas en la escuela y en sus propios hijos se han cumplido. Es saludable que esto suceda, siempre que la reflexión tenga por objetivo la mejora de los procesos de enseñanza y de aprendizaje. El reconocimiento de logros y de errores permite rectificar rumbos, cambiar estrategias didácticas, replantearse modalidades de funcionamiento grupal e institucional..
Ahora bien, cuando evaluamos conviene tener presente que el hecho educativo es de por sí complejo. Se da en un entramado de relaciones sociales, en un contexto político y social ineludible y en el marco de una historia institucional única. Todos estos elementos van dejando su marca, contribuyen a otorgar significaciones y en definitiva conforman la “cultura institucional”. A esto se le suma el hecho de que la tensión se encuentra en la base de todo funcionamiento institucional. Las contradicciones entre intereses colectivos e individuales, entre comportamientos impulsivos y reflexivos, y los conflictos generados por la división del trabajo en la organización hacen que no sea sencillo encarar eficazmente un proceso evaluativo con carácter de mejora.
Muchas son las ocasiones en que la reflexión trasmuta en demanda hacia “los otros”.Se buscan “culpables” en lugar de plantearse los grados de responsabilidad que cada integrante de la comunidad escolar posee en el resultado de los procesos: “Es la maestra que no explica bien” “Es la familia que no contiene al alumno”, “Es la directora que no puede poner límites a los maestros”. De esta manera el discurso encubre en muchos casos la falta de compromiso en la asunción de los diferentes roles (padres, docentes alumnos), en otros una inadecuada formación profesional y en no pocos cierta dificultad para sacar conclusiones por encima de la anécdota, para focalizar en las posibles causas de los problemas.
Si la comunidad educativa está interesada en propiciar la calidad educativa será preciso dejar la “facción” de docentes o de padres, para constituirse en un grupo operativo, en situación de reflexión. Proponer a los adultos involucrados la generación de un debate acerca de los diferentes significados que se le atribuyen a las dificultades que atraviesa la escuela, buscando posibles soluciones, previendo cambios de estrategias, dentro un proceso de control periódico de la marcha de las propuestas y aportando una buena cuota de creatividad.
Son tiempos de fragmentación social, donde la creciente marginación y el consumismo sin límites a que nos empuja el mercado globalizado deterioran los lazos sociales. Asistimos al mismo tiempo al desfondamiento de las instituciones que representaban al Estado-Nación, a un Estado muchas veces ausente, que ya no puede dar respuestas sólidas a los acuciantes problemas de la población. En esta realidad la escuela pública sigue resistiendo y se convierte en uno de los pocos escenarios para el encuentro y la construcción de pensamiento comunitario. Aún sigue siendo un factor de cambio social en la medida en que sus actores se involucren en la tarea, la maravillosa tarea de educar, de contribuir a la construcción de identidades. Pero la escuela sola no puede, por eso se necesita, además del compromiso comunitario, la constitución de redes de intercambio. Instituciones de diversos orígenes que, desde diferentes miradas, aporten a la consecución de los planes propuestos.
Para juntarse a pensar se necesita de un espacio y un tiempo propicio. Es posible que los meses de diciembre y de febrero nos otorguen esa oportunidad. Durante ese tiempo familia y escuela pueden acercarse para diseñar un proyecto que resignifique los objetivos de la institución y comience a dar respuestas a las necesidades de cada grupo comunitario. Solo se necesita disposición para el encuentro, amplitud de criterios y una actitud de respeto mutuo. ¿Seremos capaces los adultos de intercambiar ideas, llegando a acuerdos y compromisos centrados en la tarea que convoca a la escuela? Si lo logramos, es factible que los chicos también puedan hacerlo en su tarea cotidiana de estudiantes. Vale la pena el intento.

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