Recuerdos escolares

Estábamos repasando la historia de Boedo y al abrir un libro del reconocido profesor Valentín Mestroni, varias veces citados en trabajos del profesor Miguel A, Caiaffa, encontramos en sus primeras páginas –cuando recuerda su paso por las escuelas de Boedo, allá por principios del siglo XX, valiosos testimonios no solo sobre el paisaje barrial, sino sobre las costumbres familiares y uso de distintos elementos utilizados en el paso por las aulas. Y allí encontramos la evocación sobre las famosas, para nosotros, abuelos, plumas “cucharón2 o “cucharita”. Entusiasmados con esos recuerdos fuimos al “Museo de la escuelas”, y allí seguimos hallando otros tesoros del recuerdo, como las plumas “irinoid”, que –por se las más caras- las utilizaban los niños de mejor posición económica, aquellos que poseían también la caja de pinturitas de 24 colores, que mirábamos con envidia.

Para delicia de quienes nos visitan en esta página, les ofrecemos una lectura que no distingue de barrios; pertenece precisamente al Museo de las Escuelas. Esperamos que la gocen.

LAPICERA: de plumas y letras lindas

“En aquél tiempo no existían las estilográficas ni las “lapiceras a bolilla”, tan comunes hoy, practiquísimas, sin duda, pero que quitaron a la caligrafía la belleza de los rasgos perfilados que entonces se exigía como condición ‘sine qua non’ en las clases de la materia.” (Valentín Mestroni, 1965).

Valentín Mestroni fue a la escuela a principios del siglo XX y en su cartuchera de madera – seguramente importada de Alemania – guardaba su portaplumas con la pluma cucharita o la irinoid, si era el hijo del médico. También llevaba alguna de repuesto cuando, por la fuerza que le imprimía para hacer la letra linda, se le abría en dos. Acompañando a la pluma el infaltable limpiaplumas que su madre le había confeccionado con retazos de telas y el fiel papel secante que lo ayudaba a evitar los manchones que probablemente terminaría en agujeros de tanto borronear. Antes de utilizarla era necesario que el portero o el monitor (por lo general el alumno más aplicado) le llenara su tintero de porcelana que estaba en su pupitre, o quizás él, que tenía los medios económicos para comprarlo, llevara su tintero involcable para envidia de sus compañeros.

Aunque las estilográficas ya existían cuando Valentín asistió a su escuela (la primera patente data de 1809), recién entre fines del siglo XIX y las dos primeras décadas del siglo XX se expandió su producción y su comercialización. En 1943 apareció el bolígrafo que en poco tiempo desplazaría a la pluma y a la estilográfica de distintos ámbitos, menos del colegio. Muchos alumnos de la década del ‘50 y principios de los ‘60 siguieron utilizando la ahora “nostálgica” pluma cucharita.

¿Por qué la escuela rechazó por mucho tiempo las nuevas tecnologías y siguió imponiendo el uso de la pluma y el tintero? Esta asincronía no parece responder a razones técnicas como hemos observado. Tampoco a razones económicas ya que había útiles escolares tales como pizarritas, tinteros, cartucheras de diversos valores, algunos inaccesibles para determinados grupos sociales. Como vemos en la cita que encabeza esta página, las nuevas tecnologías borraban la “belleza de los rasgos perfilados”

La escritura escolar estuvo sometida a normas que fueron variando según modas pedagógicas o científicas. La defensa de la “letra derecha” que abarcó desde fines del siglo XIX hasta principios del siglo XX obedecía a los beneficios que traería aparejados su utilización tales como evitar la fatiga de la vista, impedir la escoliosis obligando al niño a estar erguido, etcétera. No obstante, la idea de escritura estética y uniforme, la función “moralizadora” que debía tener “la bella escritura”, era el principal argumento defendido por los pedagogos y maestros