El país quiere maestros con alma

Con este mensaje que pretende llevar a los docentes de todo el país y especialmente de nuestro barrio, queremos exteriorizar nuestro homenaje a los maestros, sin distinción de jerarquía que, una vez más, iniciarán en la semana un nuevo año de su inigualable labor de formación de la niñez no digamos argentina, sino de todos los niños que pueblan las aulas de Argentina, provenientes muchos miles de ellos de los países hermanos del continente.

Nos alegramos que finalmente haya llegado la solución a los problemas que se planteaban en las últimas semanas porque sabemos que ustedes eran quienes más lo deseaban. La escuela es hoy, casi siempre, el complemento necesario e insustituible de la formación familiar.
Pero no debemos de cejar en nuestro reclamo para que ningún chico deje de asistir a las aulas de la escuela primaria. El Estado debe urgentemente prever los mecanismos de asistencia y control que posibiliten un 100% de escolaridad primaria. No basta con legislar la obligatoriedad del segundo nivel, cuando aún tenemos índices de deserción escolar muy altos, incluso aquí nomás, en las puertas de la Capital Federal. El desafío para quienes asuman en octubre la responsabilidad de gobernar la ciudad, no solo quién resulte electo Jefe de Gobierno sino los 60 legisladores que conforman el Poder Legislativo, es terminar por siempre con los “chicos de la calle”, con los chicos que caminan y corren cuadras y cuadras con sus carritos “cartoneros” a cuestas, con los que duermen en las plazas, con quienes se encuentran perdidos en esta gran ciudad. Y toda la población adulta, alfabetizada, más o menos favorecida económicamente, debe no solo exigir sino sentir como propia la necesidad de terminar con ese abandono que nos debe doler y avergonzar.
El título de la nota es el mismo título de la nota publicada en la revista ¡Aquí Boedo! por los años 50, que lleva la firma de José Ingenieros.
Maestros de alma quiere el país
Deben ser rigurosamente excluidas de la dirección educacional todas las influencias políticas y dogmáticas. Las primeras corrompen la moral de los educadores y rebajan el nivel de la enseñanza; las segundas, conspiran contra la libertad de pensar y tienden a invadir el fuero de la conciencia individual.
Las únicas jerarquías legítimas en el magisterio son las que nacen de la capacidad; nadie puede juzgarla mejor que el mismo maestro y, desde cierta edad, los alumnos. Toda jerarquía escolar, técnica y universitaria, debe tener en cuenta la opinión de los interesados en función de la enseñanza. No es que maestros competentes trabajen subordinados a funcionarios incompetentes. La enseñanza en todas sus etapas y formas, debe ser coordinada por organismos federativos regionales, compuestos por representantes de todas las instituciones que cooperen a la educación pública.

La libertad de la docencia y del aprendizaje elevarán el nivel de los estudios por simple selección natural. Interesa a la sociedad el desenvolvimiento del mayor número de aptitudes y de vocaciones. El Estado se reserva, solamente, el control de la competencia para el ejercicio de las profesiones que podrían ser peligrosas sin una capacidad técnica suficientemente demostrada.
La dignidad del magisterio se elevará cuando la conciencia social justiprecie el resultado de su labor. En la antigüedad los maestros eran esclavos, más tarde fueron siervos, hoy son asalariados. El porvenir dignificará cada vez más su situación asegurándoles sin limitaciones el bienestar material que necesitan, elevando su rango civil hasta la altura de sus funciones y dándoles la autoridad moral que hará más eficaz su universo. No conviene a la sociedad que ganapanes pesimistas se resignen a soportar niños, solo serán maestros los que sepan cumplir vocacionalmente una tarea que es, de todas, la más honrosa. José