El corazón, ¿Recuerda quié fue el donante?

El corazón es el órgano más atractivo y alucinante del ser humano”, asevera el cirujano cardiaco Josep M. Caralps, autor del primer trasplante de corazón en España en el año mil novecientos ochenta y cuatro. Y ahora, plantea una tesis que ha revolucionado a la comunidad médica: “Es muy posible que el corazón produzca sus sentimientos y emociones, cuyo transmisor es el cerebro.

Los electrones que tienen las células a su alrededor podrían generar ondas de muchos tipos, capaces de guardar en su memoria o bien propagar esta sabiduría del corazón. Esto conduce a meditar que este órgano aún guarda muchas sorpresas. Una de ellas, las neuronas que se han encontrado en él. ¿Quién sabe si tienen una función alén de la de simples células inquietas que rigen la contracción del corazón y su sincronización?” ¿Y si hubiera muchas cosas que el corazón sabe y el hombre todavía ignora?

Recuerdos extraños
Caralps justifica su conjetura (expuesta asimismo en su reciente libro Supercorazón) en la implacable memoria que adjudica a las células; y como prueba, ofrece el testimonio de personas trasplantadas que han advertido cambios en su personalidad, curiosamente afines a los de su donante. “Mi conclusión más acertada es que las células tienen una base intuitiva solo al alcance de personas cuya capacidad sensitiva les deja advertir ciertos aspectos de la historia personal del donante guardados en los tejidos trasplantados. El resto son especulaciones. Yo me limito a recoger las declaraciones.”

Una de las primeras personas que atizó esta polémica, que la mayor parte de los científicos zanja prácticamente ya antes de empezarla, fue Claire Sylvia, una estadounidense trasplantada de pulmón y corazón en mil novecientos ochenta y ocho, en el centro de salud de Yale. Su autobiografía, Un cambio de corazón, donde narra el giro masculino que dieron sus gustos, ademanes y personalidad tras la operación, incitó a abundantes pacientes trasplantados que, bajo la batuta de profesores universitarios y sicólogos, se han empeñado en entregar a las células su planeta mental.

Una de las personas que más averiguó en ello fue el neuropsicólogo de la Universidad de Hawái Paul Persall, quien aseguraba que el corazón es 5 mil veces más poderoso que el cerebro. Entre los testimonios que recogió se halla el de un americano que recibió el corazón de un suicida y se mató 13 años después de igual forma que su donante. Averiguando, se supo que tras la operación había buscado a la familia para darles las gracias el órgano y terminó casándose con la viuda del precedente dueño de su corazón.

Incredulidad científica
Al doctor Rafael Matesanz, organizador de la Organización Nacional de Trasplantes, todas y cada una estas historias le merecen una seria reflexión: “Respetando la sensibilidad que transmiten, en ningún caso debe concederse un ápice de verosimilitud. Las insinuaciones de quienes interpretan estos relatos me semejan inusuales desde el rigor científico. Al contar su experiencia, el paciente hace un ejercicio de creación prácticamente de fábula, digno de entendimiento, pues un trasplante supone un instante de máxima emotividad. Si se trata de un corazón, este factor sensible es todavía mayor. Es lógico que cuando el corazón de un hijo late en otra persona, sus seres queridos sientan que de alguna manera prosigue vivo”.

Matesanz sugiere que la legislación en Estados Unidos favorece este fenómeno al permitir conocer la identidad del donante. En España y en otros numerosos países esta posibilidad queda descartada, puesto que la ley garantiza el anonimato en la donación y el trasplante. En verdad, en Viena, el siquiatra Benjamín Bunzel, tras examinar el impacto de un trasplante de corazón en la personalidad del receptor en cuarenta y siete pacientes, verificó que solo 2 declararon cambios en su personalidad en los que señalaban a su nuevo órgano como causante. De este modo opina asimismo el cardiólogo Lorenzo Silva Melchor, de la Unidad Coronaria del Centro de salud Puerta de Hierro, de Madrid: “Nunca se nos ha presentado un caso afín. Difícilmente una persona puede alterar su actitud mental o bien sensible por cirugía cardíaca”.

El resolución de Matesanz es tajante: “En las células somáticas del órgano trasplantado no hay ninguna memoria que se pueda traspasar al receptor. Opinar lo opuesto compatibiliza mal con el conocimiento científico. No olvidemos que el trasplante se fundamenta en la idea de que la vida se encuentra en el sistema nervioso y que el corazón se extrae tras la muerte cerebral, cuando los órganos todavía se sostienen en vida”.

Asimismo lo es el de biólogos como Jesús Sanz Morales, del Centro de Biología Molecular y Celular de Elche. “Aun siendo el proceso celular del humano uno de los temas que mayor interés científico despierta”, asevera, “resulta impensable atribuir a una célula fuera del sistema nervioso una memoria cognitiva que almacene información sobre nuestra trayectoria vital”. Y el de Juan Pedro Bolaños, de la Universidad de Salamanca: “Son consideraciones que escapan del campo científico y llevan al fallo de confundir la memoria inmunológica de las células con la memoria cognitiva. Hasta el momento se sabe que este género de memoria queda excluida del entramado del corazón y de cualquier otro órgano que no sea el cerebro”. Son especialistas que prefieren detenerse en el conocimiento sobre el proceso celular en la regeneración de tejidos y tratamientos de enfermedades.

La regeneración de las células
De esta manera, en dos mil nueve, Martin Kragl, del Instituto Max Planck, en Alemania, dirigió una investigación que revelaba que la capacidad regeneradora de la salamandra se debe a que sus células preservan la memoria de los tejidos.

Se sabía que en humanos las células madre eran capaces de sanar heridas o bien unir huesos rotos, mas no arreglar miembros o bien órganos completos. Unos meses después se descubrió en el Centro de Regulación Genómica el gen ZRF1, uno de los responsables en la activación de genes relacionados con el destino y memoria de las células madre; esto es, con el instante embrionario en que se decide si una célula va a ser neurona, célula muscular o bien célula de la piel. Ahora, los estudiosos pretenden saber sobre qué genes específicos actúa, con la intención de comprender mejor los procesos tumorales y cancerígenos en un largo plazo. La ciencia avanza sin alterar el guion que la vida asigna a la célula.