ARGENTINA: MODERNO FAR WEST

 

La situación de inseguridad que se vive, no ya en Buenos Aires, sino en todo el país, resulta ya insostenible. La crónica policial de todos los días, que sabemos refleja solo una mínima parte de los hechos ocurridos, nos abruma con las malas noticias: ya no son simples hurtos o robos en locales; a los secuestros “Express” se han unido ahora secuestros organizados y planeados con gran despliegue de armas y hombres, robos en sectores vigilados, agresiones físicas, asesinatos y hasta torturas, todo ante el gran silencio oficial, en cualquiera de sus niveles. Hasta la Policía Federal y las policías provinciales callan mansamente ante sus efectivos heridos o muertos en actos de servicio y escarnecidos constantemente por delincuentes y patotas, a quienes deben enfrentar sin armas, sin elementos de seguridad, casi poniendo pasivamente sus cuerpos para soportar la agresión de los encapuchados, de los delincuentes vestidos de hinchas, de los ideólogos de la violencia disfrazados de políticos democráticos.

 

¿HASTA CUANDO? No existe, creemos, en nuestra ciudad, familia alguna que no haya sido víctima, por lo menos, de un hecho delictivo. Sin horarios, a pleno día y en horas de la noche, en espacios concurridos o en solitarios lugares. Pero más que nuestras palabras, son elocuentes las dolorosas expresiones de Diego Mielke, hijo del empresario asesinado en su casa de Capilla del Señor que muchos de nuestros visitantes habrán leído en los periódicos del día.

Nos vamos a permitir transcribir la carta de lectores remitida al diario La Nación por el Sr. Adrián Silva, publicada el miércoles 18, que nos exime de otros comentarios, en cuanto a la pasividad o complicidad policial, judicial, política, etc.

Dice Adrián Silva: “Tengo 22 años, trabajo y con mucho esfuerzo compré una moto Motomel bit 110, pagando la mitad al contado y el saldo en cuotas. El primer día que salí con ella fue el 28 de agosto y el 4 de septiembre, circulando por Ramos Mejía, dos muchachos armados me la sacaron junto con mi celular. Fui a la empresa del teléfono para preguntar si se habían efectuado llamadas; lo confirmaron y me dieron los números.

Mi padre llamó y atendió un primo que nos dio la dirección, teléfono y nombre de todos los familiares. El ladrón vive en Fuerte Apache, sus padres trabajan y el padre trató de ayudarnos. Hicimos la denuncia, el ladrón fue atrapado, armado y con otra moto robada, y ese mismo día lo soltaron. Casi me volví loco; fui a Fuerte Apache; mi moto estaba estacionada en la entrada del domicilio del ladrón; cuando quise ir a buscarla un gendarme me agarró del brazo y me señaló un grupo de muchachotes que me miraban. Me dijo que no fuera porque era muy peligroso y que ellos no podían hacer nada.

¿Es esto lo que puedo esperar del Estado que tiene que protegerme? Tengo la misma edad que el ladrón; la moto la compré trabajando. Quisiera tener, por lo menos, los mismos derechos que el ladrón.”