Antiguos cafetines del Tango  

En pleno corazón del barrio de San Cristóbal, Entre Ríos 763, el café EL ESTRIBO supo de pasadas tertulias tan rumorosas como bulliciosamente pobladas de una numerosa y atenta concurrencia, de la actuación y consagración definitiva de Vicente Greco, el admirado y popular “Garrote” para sus fieles amigos, autor entre otras perdurables páginas del cancionero porteño de La Viruta, Racing Club, Ojos Negros, Rodríguez Peña, acompañado en violín por “pirincho” Canaro, el “tano” Vicente Pecci en los solos de flauta y enlazando los arpegios cadenciosos del piano, por Prudencio Aragón, formando todos un notable cuarteto de la más depurada prosapia milonguera que, naturalmente, hacían las delicias, noche a noche, de esas “barras” seguidoras, apasionadas y ruidosas en aquellas veladas inolvidables… también Roberto Firpo y Eduardo Arolas, el célebre y ya legendario “Tigre del bandoneón” actuaron en sus comienzos con notable suceso en los lejanos tiempos de este histórico café porteño.
Finalmente, es digno de señalar que en el subsuelo de EL ESTRIBO, dos veces por semana abría sus puertas una concurrida y tradicionalista peña de románticos y líricos personajes, entre los cuales podían verse a engolados troveros junto a la chispa intuitiva ingeniosa y profunda de versados payadores, lo mismo que primitivos guitarreros nativistas con aires desvelados de bordoneos serenateros, añoranzas, quizás, de rejas y patios perfumados con suaves fragancias de malvones y glicinas… arrimándose en ocasiones a la rueda fraternal, cordial y parlanchina, entre otras, las presencias de José Bettinoti, con la tierra y desgarrada plegaria de su doliente y entrañable rezo maternal… (“Pobre mi madre querida, cuántos disgustos le daba…), Ramón Vieytes, Ambrosio Ríos, Curlando, todos ellos preclaros y eximidos payadores, los cuales dieron prestigio, categoría literaria y alto vuelo poético a ese arte simbólicamente gauchesco, emblemático y tan nuestro de la payada criolla…
Debemos recordar, también, el paso fugáz por EL ESTRIBO de un dúo canoro de renombre imperecedero para la historia grande del típico y tradicional cantar rioplatense… nada menos que Gardel-Razzano, el imbatible morocho del Abasto y el jilguero oriental, templando las encintadas violas camperas para luego entonar las estrofas trémulas, estremecidas de El Carretero, La Pastora, o sino, la espontánea frescura cristalina, el aroma silvestre y amanecido de aquellos perfumados manojos de “Claveles mendocinos”…
SIGUIENDO por Corrientes angosta entre Paraná y Montevideo, perímetro céntrico deslumbrador y rumoroso donde la medianoche porteña parecía proyectarse mágicamente hacia el portal de las estrellas nacaradas sobre un cordel policromo, platinado y reverberante de centenares de letreros parpadeantes en su nervioso y raudo guiñar intermitente, el Café DOMINGUEZ levantaba su estructura calidamente cordial y amable para regocijo e íntima vibración emocional de aquella puntual, enfervorizada y entusiasta muchachada que discurría despreocupada y alegremente destrenzando, a la vez, efímeras, simples y desvanecidas serpentinas de esperanzas y ensueños fugaces, mientras el fueye confidencial, quejumbroso y aletargado de Craciano De Leone, abanicaba tangamente sobre la cruz nostálgica de un lírico, rante y melancólico entresoñar, la grave y acompasada cadencia orillera de Tierra Negra, Un Lamento, La Cachila o Lágrimas de Arolas…